S
in la más mínima preocupación por el decreto presidencial que prohíbe el uso del mercurio, pues ni siquiera saben que existe, Itamar Fernández y Germín Gutiérrez trabajan en el sector
La Culebra de El Callao. Allí hay aproximadamente 20
barrancos, como se denomina a los huecos de metro y medio de diámetro y hasta 40 de profundidad construidos por lo menos diez años antes que se decretara el Arco Minero del Orinoco. “Aquí nada ha cambiado, el mercurio es como el pan nuestro de cada día”, asegura Fernández. Y Gutiérrez acota que los mineros de la zona siguen trabajando sin asistencia alguna de parte del Estado.
La Organización Mundial de la Salud ha determinado que la minería artesanal o a pequeña escala produce 37% de las emisiones de mercurio y es la mayor fuente de contaminación del aire y el agua con este metal. Los vapores superan los 1,0 mg/m3 (que es el límite tolerable para las personas), y los residuos líquidos caen al suelo y fluyen a lagos, ríos y océanos.
Una investigación realizada por
Jorge Paolini, de la Universidad Nacional Experimental de Guayana, concluyó que entre 2000 y 2007 la
concentración de mercurio en peces que consumen los habitantes de la cuenca del río Caroní aumentó de de 2,65 a 7,86 mg/g.
La toxicóloga e investigadora de la Universidad de Carabobo
Maritza Rojas analizó 24 estudios científicos sobre el uso del mercurio en Venezuela, 7 de ellos sobre su impacto en la salud de seres humanos. Se ha detectado presencia de mercurio en cabello entre 0,36 y 186,5 mg/g (lo tolerable para una persona es 10 mg/g) y en sangre entre 11,78 y 20 mg/g (lo tolerable es 15 mg/g). Sobre los síntomas de la intoxicación por mercurio, el análisis destaca afecciones neurológicas (tensión nerviosa, cefaleas, insomnio, temblores, cambios de humor), oftalmológicas y gastrointestinales.